El segundo domingo de agosto se celebra en la Argentina el Día del Niño, costumbre que se inició a comienzos de la década del 60, luego de que el 20 de noviembre de 1959 la Asamblea de las Naciones Unidas proclamara, cuenta Araceli Bellotta, los Derechos Universales del Niño, y sugiriera a los gobiernos que conmemoraran este día en la fecha y forma que cada uno creyera más conveniente.
Más allá de los móviles comerciales que suelen existir detrás de todos los “días de…”, es interesante retroceder en el tiempo para indagar cómo era la vida de los niños antes de que se proclamaran sus derechos y de que se instaurara su Día.
Una buena fuente para consultar es Lucio V. Mansilla que en 1904 ofreció detalles sobre los tiempos de su niñez. “Generalmente con una voz que decía “ya ha venido el lechero”, oíamos otra voz que nos decía a mi hermana y a mí “Niños, ya es hora de levantarse, arriba”. Rezábamos, nos vestían y nos daban un vaso de leche con espuma y nada de pan. En seguida, la palabra de orden era: “a estudiar”. “Venía más tarde mi madre. Pedíamos la bendición con los brazos cruzados, mostrábamos los dientes y las manos a ver si estaban limpios, mis uñas sobre todo; nos hacía decir alguna oración (el Ave María nos gustaba porque es corta), escribir palotes, ¡qué suplicio!, o palabras más o menos hilvanadas y recitar fábulas y versitos”.
Lo que hoy llamamos desayuno, en aquellos tiempos se denominaba almuerzo, entre las 8.30 ó 9 de la mañana, cuando comían fruta. La comida, era entre las 4.30 ó 5 de la tarde, lo que hoy sería la cena. La razón de la hora tan temprana es que las casas se iluminaban con velas de sebo, de molde, lámparas o farol, lo que los obligaba a usar la luz natural. Cuando sonaba la campanilla de alambre, corríamos, nos sentábamos. Y cuidadito con hablar y cuidadito con pedir más, o de lo que no nos servían; porque era indigesto para estómagos de poca edad”.
Jugaban a la rayuela, remontaban barriletes o “nos escapábamos para ir a las bandolas (eran puestos ambulantes apostados en los alrededores de la Plaza de la Victoria, hoy de Mayo, en los que se vendían artículos de tienda y juguetes, de precios muy baratos”.
No eran habituales los regalos, salvo confites y golosinas.
“Nos encantaban los helados, cuando caía granizo, se recogía una buena cantidad, y se hacían helados de leche y huevo con canela o con vainilla”.
Era frecuente apelar al miedo para lograr que los chicos obedecieran. Para que él y su hermana se durmieran, solían decirles: “¿No oyes niño, esos gritos? Son las almas de los que están en los calabozos bajo tierra”. Más acá en el tiempo se asustaban con el “cuco”.
Los tiempos cambiaron, hoy se reconocen sus derechos, no estaría mal que recuperaran más tiempo de contacto con la naturaleza. En fin…
Colaboración: Josefina Biancofiore